Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1426
Legislatura: 1891-1892 (Cortes de 1891 a 1892)
Sesión: 11 de junio de 1891
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 78, 2128-2133
Tema: Ampliación de la facultad del Banco de España para emitir billetes y prórroga de la duración de su privilegio

El Sr. SAGASTA: El estado de nuestra Hacienda demanda con urgencia supremos esfuerzos, es verdad; pero no hay que hacer responsable de esto a nadie, ni a los Gobiernos de la Restauración ni a ningún otro Gobierno. No hay, por lo tanto, que hablar de buenos o de malos administradores en esta o en otra época, como con singular gracejo lo hacía el otro día el Sr. Azcárate, ni mucho menos hay que hablar de procesos de la Hacienda de situación ninguna, como con sublime indignación, aunque salpicada con algunas gracias malagueñas, lo hacía pocos días antes el Sr. Carvajal, a no ser que demos al olvido por completo la historia de nuestros días, nuestra propia historia; pues en una como en otra época, en unas como en otras situaciones, todos los Gobiernos, luchando con dificultades inmensa, han hecho lo que han podido para sacar a flote nuestra Hacienda del abismo en que estaba sumergida, precipitada por las desdichas sin cuento de que ha sido víctima constantemente este desgraciado país.

¿Cómo ha de estar nuestra Hacienda, y qué queréis que nos suceda, Sres. Diputados, si de los últimos sesenta años transcurridos, veinte han sido de guerras civiles, que no sólo asolaron nuestro territorio aquí y al lado de los mares, sino que consumieron nuestros tesoros, nuestra riqueza y nuestro porvenir? Malo y todo con es el estado de nuestra Hacienda, todavía es verdaderamente milagroso que no sea mucho peor.

Suponed, si no, a la Nación más poderosa de la [2128] tierra, víctima de los desastres que han abrumado a nuestro país, víctima de las luchas incesantes en que se ha visto envuelto, víctima de las largas y sangrientas civiles que ha sufrido, y ¡quién lo duda! estaría cien veces peor que está hoy nuestra pobre España.

Por eso, Sres. Diputados, en vez de emplear nuestros talentos, nuestros esfuerzos, nuestras actividad y nuestra palabra en recriminarnos con insigne injusticia y con absoluta esterilidad los unos a los otros, pensemos en sacar de una vez para siempre a nuestra pobre Hacienda del mal estado a que la han traído nuestras desgracias, y busquemos remedios enérgicos y eficaces contra los males que viene sufriendo desde la terminación de nuestras malditas guerras civiles que, no sólo consumieron nuestros recursos de entonces y comprometieron nuestros recursos del porvenir, sino que, embargando para la pelea y para la destrucción todos los elementos y todas las fuerzas que debían servir para fomentar la producción y para aumentar nuestra riqueza, al terminar quedaron los pueblos con las necesidades del progreso de los tiempos que el telégrafo y el ferrocarril nos traían de otros pueblos más tranquilos y, por consiguiente, más afortunados, y sin los elementos, si nos recursos necesarios para satisfacerlas. (Muy bien, muy bien.)

Del campamento y del vivac entramos en la vida moderna, pero sin los recursos que la vida moderna exige y que nuestras guerras nos consumieron, y con necesidades infinitamente superiores a los elementos precisos para su satisfacción.

Esta es la causa de nuestro malestar, este es el origen, este es el fundamento del mal estado de nuestra Hacienda; pero no hay, Sres. Diputados, que exagerar el mal, entregándonos cobardemente a la desesperación; porque si la Nación española ha podido resistir tantas desdichas, si ha podido conllevar tantas y tan insoportables cargas, si ha podido sobrevivir a tantas desgracias, si al fin ha podido resistir tantas desdichas, si ha podido conllevar tantas y tan insoportables cargas, si ha podido sobrevivir a tantas desgracias, si al fin ha podido salvar su libertad, su independencia y su historia en tiempos borrascosos y en medio de sangrientas guerras civiles, ¿cómo no ha de poder, en tiempos tranquilos y bonancibles y en plena paz, salvar el estado de su Hacienda, que, después de todo, se salva, tengo la seguridad de que se salva con un esfuerzo de todos, que no considero grande, para acabar de una vez con los déficits de nuestros presupuestos, y con un sacrificio, que no considero insoportable, para cubrir todos nuestros descubiertos, todos los descubiertos de nuestro Tesoro, que después de todo, apenas llegarán a 600 millones de pesetas? (Muy bien.)

¡Ah! ¿qué valen este sacrificio y este esfuerzo, en comparación de los grandes sacrificios y esfuerzos a que está acostumbrado, después de todo, este desgraciado país?

Sí, Sres. Diputados; con 700 millones de pesetas quedan cubiertos todos los déficits de los presupuestos y pagada nuestra deuda flotante, y podemos prescindir del auxilio del Banco y dejar a este establecimiento de crédito en libertad para dedicarse a su misión, que es ayudar al comercio, a la industria y a la agricultura. Pues bien; 700 millones de pesetas, ¿pueden agobiar a una Nación como la española, que todavía cuenta con recursos para atender a estas cantidades, y aun mayores, si fuera necesario? ¡Ah! no; todavía España cuenta con ricas minas y con valiosas propiedades que vender y enajenar; pero, ¿para qué más, si sólo la participación que al Estado le corresponde en nuestros caminos de hierro y en otras obras públicas supera con mucho a esas cantidades?

No hay motivo, ni para asustarnos ni para hablar de bancarrota; al contrario; en vez de postrarnos ante una impotencia más ficticia que real, podemos estar convencidos de que todavía cuenta España con recursos para salir fácilmente, sin más que el patriotismo de todos, de los apuros debidos a nuestras desgracias, y de que, a pesar de todo, el estado de nuestra Hacienda es mejor que el de otros pueblos que, sin haber pasado por nuestras vicisitudes, parecen más prósperos.

Y ahora voy a deciros una cosa que quizás a alguno parezca una paradoja. Pocas Naciones de Europa, y no excluyo de este ejemplo a la floreciente Inglaterra, podrán sacar a flote y por completo su Hacienda con sólo 700 millones de pesetas, y pocas tienen los medios, los recursos y los elementos de riqueza que tiene España para podérselos proporcionar. La situación económica de nuestro país no es, por tanto, peor que la de otros de Europa, a pesar de nuestras desgracias, de nuestras luchas y de nuestras infinitas guerras. Buena voluntad, mucha energía, patriotismo de parte de todos, y la Hacienda española quedará salvada definitivamente, y para siempre normalizada, si los Gobiernos que se vayan sucediendo en ese banco se proponen acabar, de una vez para siempre, con el déficit de los presupuestos, y si, una vez conseguido, se proponen no admitir gasto alguno, por insignificante que sea, sin contar de antemano con el ingreso correspondiente consignado en el presupuesto.

Oídme, Sres. Diputados, sin prevención, porque vengo sin ánimo alguno de hostilidad. bien sabe Dios que no quisiera combatir a este Gobierno ni a ningún otro Gobierno por las cuestiones de Hacienda, sobre todo si las cuestiones de Hacienda se relacionan con el crédito público; al contrario, estoy dispuesto a prestar mi apoyo a todos los Gobiernos, para salvar primero y afirmar después el crédito de la Nación; pero, por lo mismo, me causa profundísima pena ver obstinado al Gobierno en sacar adelante un específico que en vez de curar el mal lo va a empeorar; porque si bien por el pronto puede amortiguarlo, a la larga lo ha de agravar; y, créame el Gobierno, ya no estamos para paliativos; es necesario que prescindamos de la rutina que viene ocasionando tan fatales consecuencias; es necesario que apelemos a remedios eficaces, enérgicos y definitivos.

Este proyecto de ley nos coloca enfrente de tres problemas: aumento de la circulación fiduciaria; prórroga del privilegio del Banco; remuneración concedida por ese tan extraordinario favor; y, como consecuencia de esto, si se ha de hacer un empréstito reducido, como propone el Gobierno, o tan amplio como sea necesario.

Me parece que está bien planteada la cuestión.

Sobre el primer problema ya no quiero hablar, porque está resuelto por el Congreso, en mi opinión muy mal; pero al fin y al cabo está resuelto, a pesar de que nosotros hemos creído que el límite que se da a la emisión es demasiado extenso, y no sólo demasiado extenso, sino peligroso, y que por el momento y en algún tiempo puede ser innecesario llegar a ése [2129] límite, y de que creemos, además, que las reservas no son suficientes, hasta el punto de que, más que la determinación del límite de la emisión, hubiéramos deseado mayores y más eficaces garantías.

Pero repito que no hay que hablar de esto, porque ya lo ha resuelto la Cámara; queda la prórroga del monopolio del Banco, y queda, como consecuencia, la remuneración que por aquélla ofrece el mismo establecimiento de crédito.

Antes de pasar más allá, debo pedir, no por nosotros, sino por el mismo Gobierno y por el partido conservador, que no volvamos a oír hablar del decreto-ley del año 1874. Aparte de que el autor de aquel decreto se proponía unos fines y perseguía objeto muy distinto de los fines y del objeto que este proyecto de ley persigue, y de que se hizo cargo ayer, con su envidiable elocuencia, el Sr. Moret, la justificación de aquel decreto la hallaréis en su fecha y en el sitio en que está expedido. ¿Sabéis cuál es la fecha y cuál es el sitio? Pues la fecha es: Marzo de 1874; y el sitio: Somorrosto.

Y esto significa que el Jefe del Estado, en vez de encontrarse al frente de la gobernación del país con aquella calma y aquella tranquilidad que exige el buen acierto en la resolución de los negocios públicos, se encontraba al frente de los soldados del país, capitaneando quizá en aquellos momentos combate sangriento, tanto más horrible y tanto más doloroso para nosotros, cuanto que era combate entre hermanos. Cuando se gobierna al estampido del cañón, bajo el humo de la pólvora y en el fragor del combate, los Gobiernos no hacen lo que quieren, sino lo que pueden, y no es permitido que actos que se realizan en plena guerra puedan servir de precedente para la realización de otros que se ejecutan en tiempos bonancibles y tranquilos. (Muy bien.)

No volváis, pues, a recordarnos aquel decreto-ley, porque es contraproducente para vosotros; porque si queréis fundar en ello vuestros actos, demostraréis que el partido conservador, para gobernar en plena paz, no sabe más que seguir los precedentes de actos que el partido liberal se vio en la necesidad de ejecutar en momentos críticos, obligado por los horrores de la guerra. (Muy bien.)

Queda, pues, como he dicho, la prórroga del monopolio del Banco y la remuneración que da ese mismo establecimiento; pero nada diré de la falta de justificación, de la inoportunidad, de los inconvenientes, de las dificultades de esta prórroga, para no repetir lo que hasta la saciedad se ha dicho en la prensa, en los meetings, con abrumadora unanimidad. Nada diré de la inexplicable imprevisión del Gobierno, al someter en estos tiempos, Sres. Diputados, al someter al Estado a obligaciones que han de durar treinta años, sin haber establecido en el contrato una cláusula que hubiera permitido a los Gobiernos que os sucedan, en mejores días para el Tesoro, la denuncia de esta contrato sin perjuicio ni daño para la otra parte contratante.

Nada diré tampoco de la mezquindad de la remuneración que da el Banco de España a la Nación; remuneración que para el Banco significa escaso sacrificio, o mejor dicho, no significa verdadero sacrificio alguno, porque, después de todo, como la remuneración ha de hacerse en papel y al mismo tiempo se le autoriza para emitir en esa misma moneda 750 millones, claro es que todavía le sobran 600 sin más que aumentar un poco las reservas metálicas, que de todos modos son cortas; y para el Estado no significa más que un beneficio aparente y por el momento, que el Gobierno podría facilitarse por otros mil medios sin ponerse en mayores compromisos; es decir, que es "pan para hoy y hambre para mañana," una verdadera limosna. Pero sí diré que el Gobierno ha procedido con tal precipitación, ha obrado con tal atolondramiento, que hasta que la Junta general de accionistas del Banco no preste su asentimiento a este contrato, convenido única y exclusivamente entre el Gobierno de la Nación y el Consejo del Banco, que no tiene autorización para hacerlo, este proyecto no puede convertirse en ley eficaz.

Reparad, Sres. Diputados, que el Gobierno de la Nación, las Cortes del Reino y hasta la sanción de la Corona, quedan pendientes del acuerdo y de la voluntad de la Junta general de accionistas del Banco de España. (Aprobación.) Porque es evidente que con este contrato también se modifican y reforman los estatutos del Banco, y el Consejo de Administración, único con quien ha tratado el Gobierno de la Nación, no puede acordar la reforma de los estatutos, sino la Junta general de accionistas, única autoridad para ello; y con tales restricciones, que no puede hacerlo por mayoría absoluta de votos, sino que se necesitan, por lo menos, las dos tercera partes de los individuos que a la Junta concurran.

Pues bien: ¿Qué pasaría aquí, cuál sería el conflicto, en qué lugar quedarían los altos Poderes del Estado, si la Junta general de accionistas no aprobase la conducta de su Consejo de Administración?

¿Qué va a pasar aquí? Pues que al resolver el Gobierno, las Cortes y la Corona antes de oír a la Junta general de accionistas del Banco, única autoridad que con la aprobación del Gobierno puede variar sus estatutos, se pone a los Poderes públicos de la Nación a los pies de la Junta general de accionistas del Banco. Jamás establecimiento de crédito alguno ha llegado a tanto en ninguna parte: pero tampoco han llegado a menos los Poderes públicos. (Muy bien.)

Pero se dirá: ¿qué va a suceder aquí si se desecha la prórroga del monopolio del banco, como debe desecharse? ¿Qué sucederá si el Gobierno prescinde de ella, como debe prescindir, y, por consiguiente, de las consecuencias de ese anticipo gratuito, como si no valiera nada la extensión que se ha dado a la emisión, y como si valieran menos los diez y siete años de prórroga? ¿Cómo va a poder el Gobierno seguir, si se le quitan los medios de gobernar? Pues si se desecha, como debe desecharse, está prórroga; si se prescinde de ella, como debe prescindir el Gobierno, y de sus consecuencias, no pasará nada: el Gobierno gobernará mejor, porque contra la opinión pública no se puede gobernar; y si insiste en seguir por el camino de gobernar sin la opinión pública, los Gobiernos gobiernan mal cuando tienen enfrente a la opinión.

Pues si se prescinde de la prórroga, no tendremos que pensar más que en la mayor o menor amplitud que debe darse al empréstito, que, de todos modos, el mismo Gobierno nos lo propone como necesario é inevitable. ¿Se quiere resolver de una vez las cuestiones de Hacienda? No hay más que dar al empréstito la extensión necesaria, elevar la suma del empréstito que el Gobierno mismo propone, y que, como he dicho antes, no pasaría de 700 millones. ¿Se [2130] cree que el estado financiero del mundo no es a propósito para aumentar el empréstito? Pues entonces, vamos a elevarlo sólo a la cantidad suficiente para satisfacer las necesidades más urgentes dejando el completar la operación para cuando mejoren el estado del mercado y el de la Nación. ¿Se puede dar cosa más fácil?

Pues si se desecha la prórroga, no pasa nada; el Gobierno gobernará mejor, y no sólo no ofreceremos dificultades a su acción, sino que la facilitaremos grandemente, aun siguiendo el camino indicado por él, porque, sin la prórroga y sus consecuencias hay muchos modos de arreglar la cuestión de Hacienda, ya por el momento, ya para después.

Créame el Gobierno: dado el estado a que han llegado las cosas, dada la situación de nuestra Hacienda, dadas las circunstancias que atraviesa el Banco de España, cuyo crédito y cuyo porvenir debe interesarnos a todos tanto como a sus mismos accionistas, porque es también interés del país: dadas las quejas del comercio, de los círculos mercantiles, de los diferentes gremios, de todos los centros de producción, de riqueza y de vida en España; dada la opinión pública, que en esto se ha manifestado conforme, con una unanimidad nunca superada en cuestión alguna, el medio más eficaz y conveniente de salir del paso es satisfacer todos los descubiertos de una vez, sin mistificaciones ni artificios que, en el fondo y a la larga, entrañan grandes peligros, y teniendo el valor de acometer la consolidación de todas nuestras deudas, aumentando el empréstito que el mismo Gobierno nos propone. (Muy bien.) ¿No le parece esto bien al Gobierno? Pues limite la operación a lo puramente indispensable, a los 400 millones que quiere sacar: 250 del empréstito, más los 150 millones del anticipo del Banco.

Ya el Sr. Moret explico ayer, con su envidiable palabra, que, lejos de tener inconveniente esta solución, ofrece grandes ventajas; hay una diferencia insignificante al cabo de treinta años; paro lo esencial es, que no tenemos que acudir al crédito del Banco, al cual hemos acudido ya muchas veces. Porque, no hay que hacerse ilusiones: acudir a estas alturas a los recursos del Banco, que al fin y al cabo nada pueda dar que no proceda de la confianza y del crédito de la Nación, es tanto como acudir al país; con la diferencia de que lo uno es definitivo para el Estado, y lo otro es dejar sin consolidar todas nuestras deudas, para que, como bola de nieve, vayan en aumento, rodando por esas corrientes y evoluciones que sólo sirven para seguir el sistema de trampa adelante, hasta que, por último, su propio peso nos arrastre y precipite a todos por la pendiente del descrédito. (Aprobación.)

Por consiguiente, ¿qué perjuicio puede haber en lo que os proponemos? En mi opinión, ninguno. Los perjuicios y los peligros pueden venir, en todo caso, de continuar con procedimientos engañosos, con los cuales no se adquiere el concepto de formalidad, que es la primera de todas las condiciones para conquistar el crédito, lo mismo en el individuo que en los Estados.

Yo creo que un Gobierno que se proponga saldar todas sus deudas por medio de la consolidación, al mismo tiempo que emprenda una campaña enérgica administrativa y económica que dé alientos a las fuerzas vivas del país, les inspirará la esperanza de mejores tiempos, y con ella, la buena disposición y voluntad para ayudar a todo Gobierno que, con perfecta conciencia de su misión, cumpla sus fines de recta administración y de verdaderas economías.

Pero es más, Sres. Diputados: es que este Gobierno, realmente, o tiene que hacer esto, o no puede hacer nada; porque, francamente, para hacer lo que se propone, el Gobierno está completamente desautorizado; no tiene fuerza moral ninguna; le falta aquella autorizadas de que deben ir revestidas siempre la disposiciones y los acuerdos de todo Gobierno. El partido liberal no elevaba el límite de la circulación fiduciaria más que a 1.000 millones y no abordaba de modo alguno la prematura, la peligrosa cuestión de la prórroga del monopolio del Banco, y a pesar de so, el partido conservador lo combatió hasta con apasionamiento y con saña, y el Ministro de Hacienda, que ahora no se contenta con aquel límite de emisión, sino que lo eleva a 1.500 millones, y que, además, nos propone la prórroga del monopolio, presento, y en tonos severos por cierto, un voto particular contra aquel proyecto de ley, por inoportuno, por inconveniente y por ruinoso.

Pues cuando así se procede y al mismo tiempo se presenta un presupuesto con aumento en los gastos, después de tantas alharacas y tantos clamoreos contra lo que vosotros llamabais nuestro despilfarro; cuando se hace la inexplicable operación de crédito sobre el Tesoro de Cuba por el Ministro que, como Senador del Reino, combatió acerbamente la autorización que para poderla realizar nosotros presentamos; cuando todos y cada uno de los Ministros, en todos y cada uno de sus actos, no hacen más que oponer la contradicción más flagrante y el mentís más solemne a todo lo que han dicho y hecho en la oposición contra nosotros, ¿qué autoridad, qué prestigio, qué fuerza tenéis para realizar en mucho mayor escala lo que combatisteis por malo en el campo literal? (Muy bien.) No es extraño, por consiguiente, que la conciencia pública se haya sublevado, contra proceder semejante; y de ahí la actitud de las Cámaras de comercio; de ahí es espíritu dominante, con unanimidad asombrosa, en el Círculo de la Unión Mercantil é Industrial; de ahí las opiniones unánimes de todos los centros de producción, de los comerciantes, de los industriales, de los fabricantes, de los propietarios, de toda la opinión, en fin; de ahí el fallo de ésta en este gran pleito, que puede resumirse, con una unanimidad como jamás se ha visto, en estos términos: circulación fiduciaria más allá de 1.000 millones, peligrosa; reservas metálicas fijadas, escasas; prórroga del privilegio del Banco, prematura, extemporánea y usuaria; remuneración que se da por este servicio, irrisoria; remuneración que se da por este servicio, irrisoria; soluciones a las dificultades de la Hacienda, ninguna; peligros para el porvenir, mayores y más grandes; y de ahí la inclinación de la mayoría de los hombres de negocios a la solución de un empréstito que, al fin y al cabo, si por su carácter definitivo puede por el momento quebrantar algún tanto los valores públicos, creará un estado más sólido, más estable y más seguro. (Aprobación.)

Yo quiero llamar la atención del Gobierno y del partido conservador acerca de los inconvenientes y de los peligros que pueden sobrevenir, aun contra el pensamiento que vosotros apadrináis, ya que no a cosas muy altas, al país, se seguís insistiendo en opo-[2131] neros a las corrientes de la opinión pública en este punto. No habría cosa más fácil que gobernar un país, si en cada momento la opinión pública se manifestara de una manera clara, resuelta y terminante, porque la función de los gobernantes entonces quedaba reducida a satisfacer a esa opinión claramente manifestada.

Pues bien; la opinión pública en este asunto se ha manifestado de una manera tan clara y tan terminante como no es posible que se manifieste jamás. ¿Por qué no la seguís? Y sobre todo, en las cuestiones de crédito, en que la opinión pública es decisiva, debe seguirse a esa opinión; porque, ¿qué es el crédito público, sino fe, confianza en esa masa anónima que se llama opinión pública? ¿Y qué fe, qué confianza puede tener la opinión pública en una resolución que de una manera tan unánime desaprueba? (Muy bien.)

En el régimen que nos gobierna, los Gobiernos son Gobiernos de opinión; gobiernan atendiendo a las manifestaciones de la opinión pública. Yo no digo que siempre, pues se dan casos en que la opinión pública puede extraviarse; pero lo que digo es, que nunca un Gobierno debe oponerse, como éste se opone, tan resuelta, tan abierta y tan absolutamente, a las corrientes de la opinión pública, sin correr el peligro de ser por ella arrollado.

Siga, pues, el Gobierno a la opinión pública, que a su lado nos tendrá; que nosotros, en cuestiones de esta índole, prescindimos de nuestras conveniencias políticas y no queremos mirar ni atender más que a lo que sea más conveniente a los intereses generales del país.

El partido liberal, que es un partido de opinión, que piensa gobernar constantemente teniendo en cuenta las manifestaciones de la opinión pública, siempre que no la considere con fundamento perturbada o extraviada: el partido liberal, repito, que seguirá siempre a la opinión pública, fuera de esos casos, en ninguno de los cuales no encontramos ahora, porque creemos que la opinión pública está en la verdad y va más acertada que el Gobierno; el partido liberal, si vosotros seguís a la opinión pública, y acogerá como bandera lo contrario de lo que vosotros tan obstinadamente vais a hacer.

Yo ya sé que si el Gobierno, a pesar de la opinión pública claramente manifestada en contra de este proyecto, se empeña, y la mayoría le sigue en su empeño, la opinión pública y el partido liberal quedarán vencidos, y lo que hasta hoy no es más que un proyecto, será mañana ley. Por si este caso, desgraciadamente, llega, yo debo declarar que el partido liberal la respetará, porque es deber de todos respetar las leyes mientras estén vigentes, aunque no sean buenas; pero que como ésta la considera mala, como compromete, además, el porvenir, al cual tienen todos los partidos el mismo derecho que el partido conservador, que hoy dispone del presente, y como lo compromete sin haber tomado antes las precauciones debidas ni haber concertado de antemano las inteligencias necesarias, el partido liberal, por todos los medios a su alcance, por todas las fuerzas que la opinión ponga en juego y que al Gobierno y al Poder legislativo suministra en los países constitucionales, procurará remediar todos sus inconvenientes. (Muy bien, muy bien, en las minorías.)

En Inglaterra puede el Gobierno rescatar el privilegio de su Banco, que no es, ni con mucho, tan extenso como el privilegio que vosotros otorgáis al nuestro; puede rescatar, digo, el privilegio de su Banco sin más que avisar con doce meses de anticipación y devolver al Banco lo que este establecimiento le haya dado. Pues, Sres. Diputados, lo que Inglaterra, que es maestra en estos asuntos, hace con su Banco, ¿por qué no ha de poder hacerlo España con el suyo? Claro está que siempre con el respeto debido a los intereses creados a la sombra de la ley.

A facilitar estos fines se encaminaban todas las enmiendas presentadas por nuestros amigos y aun por aquellos que se sientan a nuestra derecha, aunque éstos no sean amigos políticos, sino particulares; y a facilitar estos fines se han encaminado los esfuerzos que venimos haciendo en esta discusión. Porque, ¿con qué derecho, el día en que un Gobierno no pueda pagar al Banco y reintegrarle su anticipo, se niega que pueda esa Gobierno denunciar y revisar ese contrato? ¿Qué derecho hay para que un Gobierno que, ayudado por su fortuna o por más favorables circunstancias (¿y quién sabe lo que puede ocurrir en materia de crédito de aquí a treinta años o de aquí a trece, hasta cuya fecha no termina el actual privilegio del Banco!); qué derecho hay, repito, para que a un Gobierno que, ayudado por su fortuna o por más favorables circunstancias, pueda redimir al país de esa carga que vosotros le imponéis, sin duda porque lo creéis necesario, se le obligue a permanecer atado al Banco por medio de las ligaduras con que vosotros hoy, sin duda por creerlo necesario también, le queréis aprisionar?

No dudéis de que no habrá Gobierno que os suceda que no cuide de reconquistar la libertad que vosotros a bajo precio habéis enajenado; libertad que quizá pueda recobrarse pronta y fácilmente por medio de una conversación, por medio de una operación de crédito, con nuestros valores a buen tipo, quizá en condiciones buenas, sobre todo si se funda en una gran campaña, en una campaña enérgica de recta administración, de grandes economías, y, sobre todo, si se funda en la confianza de la opinión pública, cuyo necesario apoyo no puede faltar a un pensamiento por ella misma propuesto como lo mejor para salvar la Hacienda española, que es su propia Hacienda.

Yo siento que no esté en su puesto el Sr. Presidente del Consejo de Ministros, y lo siento mucho más por el triste motivo que se lo impide y por la pena que le aflige, en la cual sinceramente le acompaño y le acompañamos todos. (Muy bien.) Pero ya que él no está, porque no puede estar, yo me dirijo al Gobierno para decirle que no es oportuno recordarle en este momento aquello de que del enemigo el consejo, porque yo ciertamente no me dirijo a él como enemigo, ni siquiera como adversario, no; me dirijo a el como amigo y, sobre todo, me dirijo a él como amigo de las instituciones y como amante del país; le digo: todavía es tiempo; después será tarde; aun hoy cabe una acertada solución; mañana quizá no quepa más que el arrepentimiento. Ahora meditad y resolved, y si al fin y al cabo resolvéis conforme a las aspiraciones de la opinión pública, [2132] que son nuestras aspiraciones, con el aplauso de la opinión pública se confundirán nuestros aplausos; si resolvéis en contra de estas aspiraciones, la ley contará con nuestro respeto, pero vuestra conducta no podrá contar más que con nuestra protesta, confundida con la protesta del país. (Muy bien; muy bien.)

 



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